Published On: miércoles, 26 febrero 2020

CUANDO LOS INVIERNOS ERAN INVIERNOS

Categories: Editoriales
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Bernd Brunner

La historia de las civilizaciones parece mostrar que los seres humanos tenemos una clara preferencia por el calor y rehuimos el frío: el calor se asocia con la vida, mientras que el frío parece unido a la muerte; la primavera es la época del florecimiento; el verano, de la maduración; y el otoño, el melancólico presagio de los arduos meses en que todo muere o aguarda dormido una nueva primavera.

Pero existen culturas que han prosperado en condiciones de frío extremo, tan exóticas, ricas y fascinantes como las del trópico. A ellas está dedicado este libro, donde se considera el invierno desde múltiples perspectivas—histórica, biológica, antropológica—y se compendian algunas de sus voluptuosidades, como el enorme placer de deslizarse en esquís sobre una pendiente de nieve virgen, o el de descubrir una cabaña humeante, como una isla en mitad del mar de nieve. Bernd Brunner captura la esencia de una estación, más preciosa aún en la era del cambio climático, que es posible amar pese a sus rigores.

Fragmento del libro:

Todo paisaje, todo entorno encierra sus propios peligros invernales. En las montañas son los aludes o avalanchas, «la muerte blanca», que tiene lugar cuando varias capas de nieve con distintas características se superponen y empiezan a deslizarse. Las catástrofes producidas por aludes las han observado y descrito quienes han viajado por los Alpes desde finales de la Edad Media. En los apuntes del monje zuriqués Felix Faber, que atravesó los Alpes entre 1483 y 1484, se encuentra el siguiente apunte:

«En estas zonas montañosas hay picos de una altura imponente, y en el invierno, sobre todo por la época en que se produce el deshielo, el paso se vuelve en extremo peligroso, ya que las masas de nieve se desprenden de los montes más altos y crecen, mientras caen, formando enormes aludes que bajan al valle con tal fuerza y estruendo, cual si la montaña se partiese con violencia. Todo lo que se atraviese en el camino de esas avalanchas es arrastrado; arrancan las piedras de su sitio y a los árboles de raíz, y sepultan a veces localidades enteras.» […]

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